Por amor, Dios ha proporcionado el modo de que el hombre escape de la condenación eterna, pero el diablo trata de impedir que alcancemos la salvación.
El plan divino para la salvación es uno solo, y quien desee salvarse tiene que ajustarse a ese plan; en cambio, el diablo tiene muchísimas y muy variadas formas (aparentemente opuestas unas a otras) para mantener perdidos a los seres humanos.
La salvación nos es ofrecida gratuitamente mediante el sacrificio de Cristo, pero el Señor demanda de nosotros un esfuerzo constante, durante toda la vida, para ser salvados.
«Mas el que perseverare hasta el fin, éste será salvo.» Mat.24:13.
«...Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.» Apo.2:10.
Para impedir que muchos se acojan y perseveren en el plan de salvación, el diablo les ha hecho creer que es falsa, vana o dudosa la realidad de la promesa divina. Estos serán condenados por incredulidad.
A otros tantos, el mismo señor de la tinieblas les ha hecho creer que las divinas promesas son ciertas, pero demasiado lejanas y difíciles de alcanzar, para que desanimados no las procuren. Estos serán condenados por cobardía.
Un gran número de almas han logrado esquivar estas primeras trampas satánicas y se han puesto en camino para alcanzar la promesa de Dios, creyéndola cierta, valiosa y digna de esforzarse por ella. No dado por vencido, el diablo les sale al encuentro nuevamente con una trampa más peligrosa que las primeras, puesto que es más sutil (tanto que el que cae en ella no sospecha siquiera que ha sido atrapado), y entonces, disfrazado como ángel de luz, el diablo hace creer a los «creyentes» que ellos han buscado a Dios tan acertadamente, y han avanzado tanto en el camino de la fe, que ya llegaron a la meta; así logra detener a muchos. Por eso hay un gran número de religiosos, ya sea por caminos extraviadores, o a mitad del verdadero camino, que no buscan la salvación del alma por la sencilla razón de creerse salvados ya. Creyendo haber salido del mundo, están todavía detenidos en él. Estos serán condenados por tener una fe muerta. ¿Será usted uno de ellos, amable lector?
No confíe en el testimonio de los hombres, ni en el de su propio corazón, pues ambos son engañosos instrumentos de Satanás. Busque el testimonio de Dios, sirviéndole en santidad y en justicia cada día; creyendo y obedeciendo la Santa Palabra; naciendo de agua y del Espíritu legítimamente, abundando en dones y frutos del Espíritu Santo, venciendo en todo para ser nacido de Dios, perfecto. Entonces, al terminar su vida terrenal, podrá el Señor testificar por usted diciéndole: «¡Bien, buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu Señor!»
Ev. B. Luis, Cienfuegos, 1964
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